29.8.06

La Desdicha

La desdicha de llegar tarde al cine y sentarme con la película empezada.
La desdicha de morirme de dolor de muela y me den turno para el mes que viene.
La desdicha de morir joven.
La desdicha de conocer a alguien a destiempo.
El destiempo es una variante del tiempo más molesta aún que el propio pasar de los segundos.
Mientras yo salía del chat, esa persona justo estaba entrando. Cuántas veces pasaron ese tipo de cosas y siguen pasando?
Estuvimos en el mismo lugar, a la misma hora, hablamos casi con la misma gente pero nunca nos cruzamos. Esa persona con la que estás esperando cruzarte, está justo al lado tuyo pero eso que tanto deseás jamás va a ocurrir. Porque la casualidad tiene la característica de ser inesperada. Aprendámoslo de una buena vez.
Pero no. Uno sigue mirando esa esquina, a la misma hora. Sigo tomando el subte, religiosamente, a la hora exacta en que me crucé aquella vez, y nada.
Dejemos de buscar que sucedan cosas que no dependen de nosotros o hagamos que sucedan y dejemos de buscar.
Entregarle al destino con moñito de regalo nuestra suerte es comodidad. Comodidad de no enfrentarse a los hechos o de dejar que el resto haga lo que nosotros estamos esperando.
¨Si tiene que ser, va a ser¨. No querido o querida. Va a ser si vos querés que sea. ¿Y cuándo no depende de uno? Y, cuando no depende de uno es cuando se hace presente el detestable destiempo. Es el amor de tu vida, le admirás, le querés, todo lo que nunca te pasó con nadie pero tiene anillo y dos hijos. El trabajo que estabas esperando en la empresa que querías pero acabás de quedar embarazada. Cuando se conocieron él quería estar sólo y ella de novia. Cuando se separaron él quería estar en pareja y ella viajar por el mundo.
Conocer gente a destiempo deja un sabor amargo. Ajustemos las agujas, cronometremos los relojes y dejemonos de vivir pensando en lo que podría haber sido, porque eso es vivir a destiempo. Comámonos un caramelo y a otra cosa.

23.8.06

Los Tiempos Muertos de la Vida

El semáforo
Las paradas en otros pisos del ascensor
Las demoras en los subtes
Las caídas de sistemas
Los llamados que dan ocupado
Los títulos de las películas
El peaje
Los embotellamientos
Las colas
La carga completa de una página web
La espera de la copia de un cd o dvd
Esperar que se seque el esmalte de uñas
Los números equivocados
Un mail que vuelve undelivered
La recarga del flash en la máquina de fotos
Reiterados intentos con el encendedor
Reabrir el freezer al toque que lo cerraste
La espera en la máquina de café
La búsqueda del código de un producto
El reconociemiento laser de un código de barras
La cajera nueva
Prender un fósforo y que se apague al toque
Que el colectivero se pase de la parada
Qué más? Qué mas?

8.8.06

Cuerpo en Mente

Si escribir tonificara los músculos yo sería fisicoculturista sin proponérmelo.
Lo cierto es que no es así. De hecho, escribir, tal vez, agiliza neuronas pero el cuerpo está basicamente inmóvil, cosa que me perjudicaría bastante si no me gustara bailar por ejemplo, o caminar que es otro de mis hobbies. Pero por alguna razón, detesto ir al gimnasio. Así que salgo a caminar musicalizando el paisaje a mi gusto. Lo cómico es que muchas veces contrasta tanto que me dan ganas de hacer un cortometraje.
Quizás suene algo irónica, pero este es mi blog, no voy a justificarme. Siempre, mientras camino con los auriculares rebosando de sonido, voy cantando mentalmente lo que escucho. Incluso a veces vocalizo y otras, cuando quiero verbalizar, me meto en calles menos transitadas para poder explayarme. La cuestión es que a veces verbalizo lo que escucho, es decir, canto. Y canto en inglés, no es un inglés perfecto pero me alcanza para disfrutar a mi gusto. Y de repente, estoy tarareando ¨don´t wanna be an american idiot¨ y se presenta ante mis ojos un chico vendiendo flores o pidiendo monedas. Y en ese momento pienso: “qué contraste tan grande. Yo acá, caminando con mi Ipod escuchando y cantando música en inglés; un idioma que tal vez nunca tenga posibilidades de comprender este chico”. Y me da culpa loco. Me da culpa saber que, por la música, no escucho lo que me pide y, la verdad, no necesito escucharlo. Me da culpa no darle nada. Así que a veces me paro y le pregunto si quiere algo del kiosco, y me contesta: “No, plata dame”. Y justo en ese momento empieza a sonar un tango interpretado por Adriana Varela, lo que provoca que siga caminando, sin darle plata y sin culpa, mientras pienso: "por eso no voy al gimnasio. No me gusta ni la rutina, ni que me digan lo que tengo que hacer".

3.8.06

El Pochoclo: un testigo

Cuando voy al cine me encanta descubrir y recordar detalles de las películas que otros ni se fijan: nombres de calles o dirección de donde viven los protagonistas, cosas que decoran su casa, inscripciones en las paredes.
Me gusta entrar al cine con cosas escondidas en mi cartera que no están permitidas comer.
Detesto perderme los trailers y comerciales previos.
Me gusta que la gente pida silencio o grite para que apaguen las luces.
Si metí muchos pochoclos en mi boca y cuando estoy a punto de morderlos se hace un silencio en la película, espero con la boca inmóvil una parte en la que haya más ruido.

Odio meterme muchos pochoclos bien acaramelados en la boca y encontrarme con los pedacitos duros que nunca se cocinaron.
Odio la gente que llega tarde, pide permiso, pasa por adelante y se sienta al lado mío.
Me gusta escuchar los comentarios que se hacen entre ellos los que están a mi lado.
Me gusta reírme en momentos inoportunos.
Me fascina reírme antes de que el resto lo haga.
Me encanta ir al cine cuando no hay nadie y la sala es casi toda mía.

Las películas francesas las voy a ver un día que se que no va a haber casi nadie y me siento lejos de cualquier persona. Son peliculas muy silenciosas y se escucha hasta cuando saborean un caramelo.
Me encanta poner los pies en el asiento de adelante aunque haya gente.
Odio que pase uno del cine y me haga gestito de ¨sentate bien¨, ¨bajá los pies¨, o símiles.
Me gusta ir al cine a ver películas pochocleras con personas que tengo códigos y hacer comentarios cómplices por lo bajo.
Si la película no me atrapó, le hago comentarios a mi compañía durante la película.

Me indigna que pongan los subtítulos en blanco.
Odio que ni bien salgo del cine me pregunten si me gustó.
Nunca aplaudo al final de películas, ni el director ni los actores ni los guionostas me están escuchando.

Siempre que leo frases grandilocuentes trato de acordarmelas, pero no lo logro. Aunque aquí van las que me acuerdo: "Seven days..."

25.7.06

Ser Vicio

Sí, sí. Ya sé. El jueguito de palabras. Pero lo cierto es que viene al caso. El juego de palabras está a la orden del día, al igual que otra gran lista de cosas que la globalización ha decidido regalarnos.
Ahora todo está a mano. Las colas en el banco están en la palma de mi mano, casi no llegué a conocerlas. Para cuando me tocó empezar a pagar mis propias cuentas ya existía el pago fácil o rapipago, ¿y ahora? Y, ahora, pagomiscuentas.com.
De chica me tocaba ir a hacer las compras, incluso una tarea mucho más tediosa: enfrentarme a Mari, la almacenera de la vuelta de casa, y decirle que me cambie la manteca. Como odiaba ir a cambiar cosas al almacén, me daba mucha vergüenza y todavía no sé bien por qué. ¿Y ahora? Y, ahora compro todo por internet: las entradas del cine, del teatro, de recitales, los fideos, el papel higiénico, libros, películas, música, la pasta de dientes, incluso la propia internet la contrato por internet.
Lo que no cambio por nada del mundo es ir de shopping. Ahí no cedo. ¿Para qué quiero comprarme unos zapatos por internet, o una remera o un pantalón? ¿Sin probarme? ¿Sin poder preguntar cuánto sale? ¿Sin mirarme siete veces de todos los perfiles posibles? Sin volver a preguntar ¨cuánto me dijiste que sale?¨ ¿Sin volver cargada de bolsas y sentirme culpable porque no le compre nada a nadie más que a mí? No, definitivamente no.
Pero le digo sí al delivery. Ahora hay delivery de todo: de bebidas alcohólicas, de pañales, de toallitas femeninas, de medialunas para el mate, ¡de cigarrillos! Igual, como me da cosa hacerlo venir por dos pesos, también le pido una coca, unas papas fritas, dos chocolates y que sean dos paquetes de puchos mejor.
Es increíble, cada vez me quedo más en casa. Es decir, salgo menos ¡pero gasto mucho más!

24.7.06

Basta de "tema: la vaca"

Todos me dicen que mis textos son largos y pienso: "ok, todo el mundo no puede estar equivocado. O si?". Y me respondo: "Sí, claro que sí. O acaso ¿el mundo no está lleno de gente que piensa distinto a otra y defiende su filosofía, argumentos, religión o lo que sea con el pleno convecimiento de que el resto está equivocado? Por ejemplo Bush, Chávez, el "Che", Fidel o el almacenero que todavía cree que le puede ganar a los hipermercados."
Creo que es más arriesgado escribir largo. Pero supongamos que sí, que estoy equivocada. Aquí va un texto corto.

¿Cuál sería el primer tema de la primera redacción de una vaca?
Y… lo cierto es que depende de dónde sea la vaca. Si es de la India, por ejmeplo, escribiría sobre la intriga que tiene de por qué sus familiares argentinas ya no responden sus cartas. Si fuera una vaca suiza creo que escribiría una eterna conjugación de puteadas a quienes la pintaron de lila. Si fuera una argentina empezaría a escribir sobre lo lindo que es comer bien y no hacer nada en todo el día pero no llegaría a terminar su narración.

Y llegué a una conclusión: esas son las que le contestan las cartas a las de la India y le dicen: "A ver cuando dejás de hacerte la sagrada y nos venís a visitar. No te va a pasar nada que no quieras."

16.7.06

Digan Whisky!

Conozco un montón de gente que siempre sale bien en las fotos. Siempre, aunque lo agarren distraído o mordiendo una hamburguesa gigante, salen bien.
Yo salgo mal en todas las fotos.
De chica nunca le daba importancia. Pero empecé a crecer. La adolescencia. Las nenas con las nenas, los nenes con los nenes. Y la imagen del espejo de repente se transformó en la protagonista de mi vida. Las fotos empezaron a importarme de manera relevante, al punto de no querer salir en ellas. Yo era siempre la que sacaba. "Ponganse, ponganse que yo les saco". Había tomado la decisión de salir en la menor cantidad de fotos posibles, sólo en casos ultra necesarios.
Después me empezó a indignar que la gente no se acordara que yo estaba ese día, que yo les saqué la foto. Entonces, llegué a un acuerdo con mi imagen del espejo. Yo salgo más en las fotos si ella me ayuda a encontrar un gesto, una cara con la que salir bien y así emularlo a cada flash.
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Y la verdad es que sirvió, de cada diez fotos, una es digna. Algo es algo. Además, con el tema de las cámaras digitales sacan ochenta mil fotos en una sola noche y mi "gesto foto" se hizo más que redituable. Y ahora cada vez que viene el flash el gesto se hace presente sin pensarlo. Pero se me presentó una situación particular. El tema de las auto fotos. ¡Chan! ¡Es imposible salir bien en esas fotos! Mi amigo saca la foto, la miramos y me encanta. ¡Por fín salí bien! Y él dice: "mmm. No, qué desastre, la borro ya!". ¿No es eso injusto? La borra sin preguntar y yo también estoy en la foto y tal vez no quiero que la borre. Pero los dueños de las cámaras no te preguntan. ¿Por qué? Porque, claro, a uno no le interesan las fotos de los demás. "Este es mi papá, este es mi tío Juan. Uh, mirá, acá está mi abuela de joven!" ¡Qué me importa! Si no estoy en las fotos, no me interesa verlas. Y me quedo largos minutos en una que estoy de fondo, sirviendo un vaso de agua. Y me miro, y me critico mentalmente, y me vuelvo a frustar.
Por eso, lo mejor es quedar en la mente de las personas no en las fotos.

14.7.06

No tenés ni Idea

Eso de que cuando un amigo se va queda un espacio vacío, mmmm... yo no sé. Realmente no creo que quede un espacio vacío. Pienso que ningún amigo "se va". Los amigos nunca se van. Los amigos están ahí, resguardados en un lugar en el que ni el propio Tsunami puede hacer de las suyas.
De cualquier manera, siempre que un amigo se está yendo, sea a vivir a un país lejano y costoso o al otro mundo, siempre es para bien. Pero el sentimiento del que se queda, sufre un problema de identidad, un conflicto de personalidad. "¿Qué clase de sentimiento soy?". "¿Está bien si soy tristeza y hago llorar?". "¿O debería gritar de alegría y festejar?". Porque está buenísimo que esta persona que adoro tanto viaje, tenga experiencias nuevas, conozca lugares, se enfrente a desafíos impensados, eso está buenísimo y es desmesuradamente positivo. Pero el sentimiento egoísta se apodera de nosotros en un momento.
Cuando me enteré de esta novedad de que mi amigo se iba me sentí tan pero tan bien, como orgullosa y también sentí mucha admiración. Admiración de que una persona pueda ser tan talentosa y tan buena gente a la vez. Es como que tiene todo. Es como que lo miro y pienso "¿podré ser como él alguna vez?".
Pero el reloj hizo lo suyo y ya queda tan poco. Y, si bien esa admiración sigue estando más latente que nunca, ahora tiene una batalla que pelear. La alegría versus la tristeza. Ahí estoy yo en este momento, aunque lo cierto es que la alegría agoniza en el ring debajo de la tristeza que empezó con sus dedos en alto a contar hasta diez.
Igual, amigo, quiero decirte esto: no importa que te vas. Importa que nos encontramos. Importa que nos abrimos. Importa que "sos" y que "soy" pero, sobre todo, importa que "somos". Y eso que somos, lo somos acá y en Japón.
Hiro querido, yo sé que te vas. Pero vos sabé que para mí no te vas porque para mí no estás, para mí sos. No tenés ni idea de lo que te adoro, pendejo. Pero quizás esto te ayude a entenderlo: cuando sea grande quiero ser como vos.

12.7.06

El Gusto del Caramelo

Está la gente buena y la gente mala. La linda y la fea. La paciente y la impaciente. Y la gente que le gusta lo dulce y la que le gusta lo salado.
Pero hay un tipo de gente que está en el medio. Sí, es la gente que a veces es buena y a veces mala o la gente que le gusta lo salado pero se mata con lo dulce, pero no cualquier dulce. No le gusta el flan con dulce de leche. No. Ni las frutillas con crema ni el tiramisú. Le gustan las pavaditas, los caramelos, los chicles, las pastillas. Gente que llega a pedir diez pesos de pico dulce, cinco de palitos de la selva y cinco de chicles. Y se vuelve feliz con su bolsa repleta de variedades para consumir en las horas aburridas de trabajo. Lo bueno es la gente que rodea a estos fans de las golosinas y yo soy una de ellas. Tengo una compañera de trabajo fanática de llenar la bolsa con cositas. Y se acerca a mi escritorio con su mejor cara de nena de cinco años y me dice: ¨Querés? Dale elegite algo.¨ Lo mejor de todo es que ella es feliz regalándonos y nosotros felices recibiendo. Lo terrible son los días que falta aunque por suerte no falta nunca. Pero cuando falta uno se da cuenta, porque es gente que cumple otra función aparte de la laboral. Es como cuando falta el que ceba mate, el día no es el mismo. Son personas que hacen de nuestra jornada laboral una cultura diaria, un folklore distinto al de otros ambientes laborales. Sí, por supuesto, también está el pesado, el desubicado, el de los chistes malos, el ortiba, el aguafiestas, el callado, el que siempre está de buen humor. Podríamos decir que el ambiente de trabajo es un reflejo, una pequeña porción, una muestra representativa de la sociedad misma. Donde todos cumplimos una función solidaria, un rol a beneficencia porque nadie nos paga por eso. Cebo mate porque quiero, porque me gusta y lo bueno es que nadie me va decir cuándo, cómo y a qué hora debo hacerlo por eso lo hago. Porque a todos nos hace falta un cable a tierra, alguien que nos guíe, que nos diga qué hacer y que no. Pero también necesitamos libertad de acción. Por eso me gusta ver a la gente en el kiosco eligiendo con qué va a complacerse, porque el kiosco está para eso, para darse gustos.

5.7.06

Los Borrachos Saben

La causa siempre provoca un efecto. Todos sabemos eso. Pero lo que siempre nos toma por sorpresa es un efecto sin causa.
No hablemos de si las casualidades existen o no, creo que eso queda en cada uno. Hablemos de las cosas que pasan, de los hechos.
Doblaste la esquina y ahí estaba. Apareció de la nada. No se suponía que estuviera ahí, de hecho, que lo esté lo hace parecer totalmente fuera de contexto, como puesto forzadamente, pero ahí está. Esa persona que no debía aparecer. Esa canción que ya nadie canta ni conoce. Esa calle que ya nadie camina. Y me pregunto ¨¿cómo puede ser?¨. Algo que hace mucho no veía, un objeto, una persona, una fragancia, lo que sea se presenta sin aviso, sin indicios y me enfrenta a algo que no esperaba ni por asomo. En ese momento empiezo a vivenciar la lucha, el combate más digno de disfrutar: el azar contra su mayor rival, el destino.

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No suelo creer que las cosas ya estaban escritas, prefiero creer que escribo cada vez que doy un paso. Pero cada tanto me sorprendo meditando sobre lo increíble de ciertas coincidencias tan claras. Y siempre creí que esas eran cosas de mujeres. ¿O no son ellas las que van a brujas, videntes, leen los horóscopos y se tiran las cartas? Pues déjenme decir que no. Muchas personas de género masculino me han sorprendido con comentarios cómo: la conocí ayer y la clave de su celular es mi fecha de nacimiento; tiene la misma entrada de teatro del mismo día que fui yo y nuestros números de asiento son contiguos; vivimos en la misma cuadra durante toda la secundaria sin conocernos y me la vengo a cruzar en un Hostel en Barcelona. La gente se asombra con estas cosas y cuando digo gente me incluyo.
Por supuesto que siempre existen los que no pueden evitar llevarlo a una lógica matemática estadítica y escéptica que le da significado a todos estos tipos de encuentros o apariciones diciendo ¨bueno, poca o mucha, alta o baja la probabilidad existe¨, dentro de las que me incluyo también.
Pero en el momento algunas cosas te superan. Voy a la casa de un amigo de una amiga, que no conozco, que jamás vi, que ni sabía que existía hasta ese día, y tiene en su cuarto una zapatilla que encontró en un recital hace seis años y resulta que es la que yo perdí. Esas cosas son raras. Pero sí, sí, las probabilidades de que eso suceda siempre existen. Es la eterna discusión.
Aún así, hasta a los más lógicos, aunque sea por un ratito, nos gusta entregarnos al mercado de la casualidad que no deja producir nunca, para que todavía sigan existiendo cosas, personas, situaciones que tengan ese poder, el más grande de todos, el del efecto sorpresa. Me sumo a la idea de aquel borracho que al pedirle otro trago al cantinero escucha la pregunta “¿tinto o blanco?” y contesta “sorprendeme”.

4.7.06

Pobre Domingo

Lo dejaron fuera de los días hábiles. Lo dejaron dentro del fin de semana. Es el primer día de la semana según los calendarios. Incluso hasta lo ponen en otro color y no se sabe si lo están distinguiendo, discriminando, o las dos cosas.
"Parece domingo", dice la gente cuando el día está nublado, lluvioso o soleadamente tranquilo. Un día pasivo. Eso es lo que es el domingo. Un día para estar echado en un sillón mirando tele, para dormirlo todo o para compartir en familia creen otros. "Uy, me tocó el dominguero adelante", se quejan los conductores cuando un vehículo avanza distraída y lentamente por las calles.
De cualquier modo, en el inconsciente colectivo el día domingo es "lo menos". Exceptuando a la gente que los trabaja y detesta los jueves porque su día franco es un miércoles, el resto, al menos de este lado del mundo, odia los domingos.
Pensar en él es no querer pensar, es saber que al día siguiente hay que ir a trabajar, hay que enfrentar la rutina de una semana aburridamente monótona o tediosamente acelerada.
¿Existe una guerra entre los días de la semana?

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Por ejemplo, el domingo odia al lunes porque en realidad la culpa la tiene el lunes. Digamoslo, el lunes es el día odioso, el domingo lo antecede y carga sobre sus espaldas, silencioso y tal vez vengativo, una lista de responsabilidades que corresponden al lunes. ¿Estará planeando alguna venganza? Quizás la venganza se la cobra regocijándose de placer al pensar que viene un fin de semana largo que transformará al lunes en un domingo porque al día siguiente hay que ir a trabajar. Pero es una venganza sin destino porque lo cierto es que el lunes está muy contento de no ser el primer día hábil y disfruta muchísimo de estar panza arriba. Vendría a ser como que el lunes sabe vivir el presente de un día sin tareas laborales que el domingo no sabe aprovechar. ¿No sabe o la gente no lo deja aprovechar? ¿No lo dejan? Yo diría que más bien abusan de él. El lunes se empiezan las dietas y el gimnasio, por eso el domingo se come todo lo que se puede.
El martes, segundón, pasa sin pena si gloria. No es ni el principio, ni el medio ni el fin de la semana. El martes es un tipo resignado a pasar desapercibido y se siente importante con los fines de semana largos. Sí, es el primer día laboral y lo odian pero al menos genera algún tipo de sentimiento.
El miércoles, por alguna extraña razón, se siente importante. Es un tipo con la autoestima alta y con fundamentos. Ser el medio exacto, la mitad de una semana laboral lo hace sentir grande, divisor, determinante y se ríe del martes burlonamente porque, sí, secunda, pero secunda a un jueves, no cualquiera. Es el día más barato en el cine y, además, la gente lo utiliza para suplir otras cosas, como por ejemplo: "tuve un día de miércoles". Cumple otras funciones, no muy positivas pero tampoco tan malas. Suplir a una puteada en el léxico de hoy en día, donde la gente no encuentra palabras y dice "y nada… y eso", es todo un logro. El miércoles es un tipo con la frente alta, conforme consigo mismo y sin paranoias, que le abre paso a un jueves conflictuado.
El jueves es una persona indecisa que no sabe si alquilarse una película, juntarse con amigos, ver a la novia o salir "de trampa". Además, la gente que ya tiene sus planes armados para el fin de semana te manda a un jueves, cosa que no intervengas en sus programas de viernes o sábado, mucho más divertidos que vos. Pero, se siente parte del fin de semana también. "Pará, soy un día hábil, no soy un viernes, pero tampoco soy un martes", se dice practicando caras frente al espejo. Y, legalmente, es el medio de la semana, el día de los grandes estrenos cinematográficos. Es decir, es un tipo con complejo de miércoles y aires de viernes.
Y aquí llegamos a la parejita inseparable: viernes y sábado. Qué lo único que hacen es festejar a más no poder y antes de dormirse piensan ¨pobre domingo¨.

28.6.06

El Codificado

Ayer tuve la revelación más obvia en lo que voy de vida. Sabemos de la teoría que dice que las mujeres buscan, inconscientemente, a un hombre parecido a su padre. Sabemos que los hombres buscan una mujer que los tenga "cortitos", les haga la comida, los cuide cuando están enfermos y les ordene la vida, en resumen, una madre. Hasta ahí vamos bien (¿vamos bien?). Pero hay algo, un detalle que declara la existencia de un canal codificado que sólo unos pocos pueden ver: los hombres quieren una mujer que se parezca a su madre y, con ella, poder tener sexo todos los días. En resumen, los hombres quieren tener sexo con la madre y el padre no los deja, de ahí que los hombres se llevan mejor con la madre que con el padre. Ya lo dijo Freud: habría que dejar de tratarlos como un "depravado" o reconocernos como tales. Ok, lo reconozco, escribí algo rápido para no perder la poca constancia que logré tener en el blog.

23.6.06

Te Cambia la Vida

De manera novedosa y sistemática, ahora, todo te cambia la vida. Lavarte el pelo con tal shampoo te cambia la vida. Comer tal yogour te agiliza el tránsito lento y te cambia la vida. Este jabón te cambia toda la piel y adiviná qué: te cambia la vida!!! Las galletitas no se cuanto te arreglan el día y no sé qué analgésico te alarga la vida. Pero, ¿quién dijo que yo quiero cambiar mi vida? ¿Quién dijo que quiero alargarla?! Basta por favor de pensar y desear por mí! Ah, ¿no querés? ¿Tenés el pelo castaño y te encanta tenerlo castaño? Bueno, acá tenés un shampoo que te lo deja más castaño, "para un castaño más castaño!". Pero ¡si yo estoy contenta con mi castaño! Y no estoy orgullosa de mi piel pero tampoco por eso voy a cambiar toda mi vida!

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Me irrita el fanatismo que hay por inducirnos a ser otras personas todo el tiempo. Qué pestañas más largas que tus pestañas, que labios más suaves que tus labios, que se puede ir más al baño de lo que vas. Ya sé que el mundo está repleto de gente mucho mejor que yo, pero ¿tienen que recordármelo todo el tiempo? Además, ya no podés sentarte a mirar televisión con alguien al lado porque viene el corte comercial y te deprimís, y no sólo eso, también te inhibís. Decime si viendo la tanda de comerciales aparece el comercial de esa pasta de dientes que habla del mal aliento, de los dientes más blanco y vos ¿no hacés un repaso mental de cómo está tu sonrisa y `por las dudas no me río más a ver si todavía me quedo mirando la película sola? Es desesperante. Yo casi ya ni miro tele porque, además, el problema es que quiero todo. Quiero el shampoo que haga magia en mi cabello, quiero la crema anti-age que previene arrugas y líneas de expresión, el cepillo de dientes con cerdas recubiertas y super flexible, el jabón con un cuarto de crema humectante y obvio que quiero un desodorante que no manche mi ropa. Y pasa eso. Vas al supermercado y recorriendo las góndolas encontrás ese jabón con crema humectante, y otro que te deja la piel visiblemente más firme, y me llevo el de acción exfoliante y revitalizadora, ¿y el de aroma terapia? Y bueno, mirá si de verdad me cura el stress. En fin, me voy a la caja antes de que encuentre uno que lave, seque y planche. Después llega fin de mes y este es el saldo: cero pesos, siete tipos de jabones, la pasta de dientes anticaries y la blanqueadora, sahumerios traídos de la India, velas aromatizantes elaboradas por Osho y una torta de chocolate, crema, merengue y dulce de leche bajas calorías. Sí, definitivamente, estos productos te cambian la vida.

22.6.06

Un Tema Cliché

¿De qué manera se define que algo es cliché? ¿Cuándo ya se usó mucho? Entonces, los “si” y los “no”, o los “hola” y los “chau”, ¿son cliché?
Qué tema eh.
Con este fanatismo moderno de categorizar todo, de armar un catálogo de cajoncitos con etiqueta que determinan a qué perfil responde cierta cosa, es que me surge esta idea de hablar de los chistes y sus variantes. Cómo llegué a unirlos, no sé, pero aquí va.
Está el chiste fácil, el chiste inteligente, el malo, el que de tan malo es bueno, el ocurrente y hay un tipo de chiste que puede ser cualquiera de todos estos pero que, sea cual fuere, siempre da risa: el chiste situacional. Ese que termina por depender, como un aro de una oreja agujereada, del contexto. Ese que después uno lo cuenta y se siente ridículo, nadie se ríe, todos se miran y te miran esperando que continúes cuando en realidad ya terminó. Son esa clase de chistes que son perfectos para el momento. Y uno no aprende. Te sigue pasando que querés contar algo que alguien dijo en determinada situación, algo excesivamente gracioso al punto de descubrirte en una carcajada papelonezca y exagerada, y te mandás. Hacés la mímica de la situación, contás quiénes estaban, la ubicación de cada uno de los presentes, todo, rapidito para no aburrir y la cerrás casi tentado pensando `ya viene, ya viene, ya se ríen¨, y nada. El gesto de “y?” sigue congelado en los oyentes. O peor aún, se ríen con un falso “ja ja” cerrando con la frase “qué personaje sos”.
Otro tipo de chiste situacional es el fácil pero bien usado, en el momento y lugar indicado, ese que no corta momentos ni crea climas sino que invade y antes de que te des cuenta se fue. Cortito, al pie y que siga el baile.




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Después hay un fenómeno interesante que es el chiste malo que de tan malo es bueno. Es malísimo pero la gente no puede creer lo tonto que es y se ríe del chiste, de vos y de sí mismos al descubrirse riendo de semejante estupidez. Ese está de moda. Ahora dicen “mientras más tonto más inteligente es”. ¿Será así con las personas también? “Es tan pero tan estúpido que es inteligentísimo”. “Es tan pero tan feo que es lindo”. O al revés, “es tan pero tan rico que es vomitivo”.
Hay como cierta necesidad de encontrarle nuevas categorías a las cosas. Como si las que existen no alcanzaran, no fueran suficientes. Ahora no es un “loquito”, es otra cosa, es un “freak”. Ahora no es un “vago” es un “colgado”. Por supuesto, todo sigue dependiendo del contexto en el que uno se mueva; no creo que se puedan escuchar este tipo de términos en una abuela o un convento: -“Che, esa monja nueva es medio freak, no?”. – “No, lo que pasa que es una colgada”.
De esta manera, queda demostrado que todo termina por depender del contexto, es decir, lo realmente bueno, gracioso, ocurrente, divertido es la excelente pareja que hacen el cómo y el dónde. Es como saber con qué velocidad y en qué momento iniciar un aplauso multitudinario.
Esto para los que gustan de los chistes malos y fáciles. No cambien de chiste, cambien de oyentes. Yo, por eso, cada dos años cambio de trabajo.



El torno y yo

Personalmente, detesto ir al médico.
No me gustan los consultorios, no me gusta esperar a que me llamen por mi primer nombre y sólo una parte de mi apellido. Estoy ahí sentada y después de ojear todas las revistas de chisme viejas, mirar en detalle que lleva puesto la secretaria y alguna otra paciente en similar situación a la mía, escucho: ¨María Fernández¨, y pienso ¨por dios, ¡que nombre tan común tengo!¨.
Si es la primera vez es casi como una primera cita. Me preguntó "¿cómo estás?, ¿de qué trabajás?, ¿estudiás? y ¿hace cuánto que no vas al médico? Y, como en las primeras citas, una mide sus respuestas: ¨no le voy a decir que hace un año que no piso un consultorio porque mágicamente me va a encontrar de todo¨.
Es así, siempre me encuentran algo, siempre me mandan a hacer un estudio de algo. Eso implica sacar un turno, levantarme temprano, tal vez en ayunas, hacer una cola, que me llamen por número, entregar un tarro de algo que, por más que lo mire en detalle, jamás lo podría reconocer como propio porque la enfermera lo pone al lado de otros treinta iguales. Y ahí ya dejo de ser un número para ser un tarro etiquetado con un código de barras, cual producto de supermercado. Sí, mi "orina", como le llaman ellos, de repente está en una góndola al lado de otros productos de igual categoría pero diferente marca.


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Después me dan un papelito y a la semana vuelta a hacer la cola. Pero ahí ya no soy un producto sino un montoncito de hojas con items detallando cosas que ni idea tenías que estaban en mi cuerpo. Sí, ese montón de papeles son los culpables de otra visita al médico para que los mire y de repente diga `hay que operar¨. What?
Ese el principio de una relación extensa y hasta confidencial que empiezo a tener con el médico. Que ya sabe dónde vivo, con quién salí el sábado pasado y me pregunta si al final mi amiga se arregló con el novio. Tremendo, nada detesto más que eso. Gente que no influye en absoluto en mi vida, sabiendo todo de ella. No me molesta que lo sepan, me molesta que me den charla, que me pregunten, me molesta contestar, me molesta la cordialidad de mis respuestas, me molesta la cordialidad por conveniencia. Pero, si estoy yendo, es porque tengo algo hace meses y necesito caerle bien si va a ser él quien me opere.
Nunca me operaron de nada, sólo exagero para fijar el ejemplo, porque por suerte me enfermo poco. No sé si me enfermo poco porque no voy al médico pero juro que funciona.
La última vez que fui más de tres veces seguidas al mismo lugar fue al dentista. Una mujer recomendada por una amiga. Todo una profesional enseñándome, a mis 28 años de edad, cómo debo cepillarme los dientes. Humillante. Así que, para sentirme menos ignorante, le conté que trabajaba en publicidad haciendo creatividad. ¡Quién me manda! Resulta que el hijo quería entrar en el mercado publicitario y la última vez le prometí averiguarle qué agencia podría tener la característica telefónica 4982 ó 4983, porque lo habían llamado al hijo por una entrevista y perdió el teléfono pero se acordaba haber anotado algo así.
Esa es la verdad, lo confieso. No dejé de ir al dentista porque le tengo miedo al torno, sino porque no tengo la menor idea de cuál pueda ser esa agencia.


16.6.06

Goleada 6 - 0

En algún edificio del Microcentro, como en otros tantos, a la mitad del resultado del partido Argentina - Serbia y Montenegro, la gente festejaba como si fuera el primer gol del partido. La otra mitad no es mostrable.


15.6.06

Sábado, Domingo y Feriado

Nada de lo que creemos que va a suceder se cumple en esas famosas escapaditas de fin de semana largo.
El viaje es funesto por donde se lo mire. La ruta repleta de autos apurados por llegar. Bondis de ¨larga distancia¨ colmados de pasajeros incómodos, intolerantes e indignados del olor que emana desde lo que los bondadosos llaman baño.
Con sólo pensarlo unos minutos no dan ganas de encarar el tema. Ya sabemos como es esa "escapadita": llena de inconvenientes e imprevistos que alteran el humor del más positivo de los pasajeros.

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De cualquier manera, y a pesar de todo, la gente sigue viajando. Sigue encarando el peor de los embotellamientos; o salen a la madrugada para que no haya tanto tránsito o salen a la tarde por la misma razón. ¿Qué tiene eso de escapada? Si salís temprano llegás cansado y dormís todo el día en una cama que no es la tuya, con una almohada que no es la tuya y con sábanas que huelen raro. Si salís tarde perdés el día, vivís de noche y al día siguiente ya tenés que ponerte a pensar cómo hacer menos tedioso el regreso. Hace más frío que de costumbre, gastás más plata que de costumbre y se te cambian los horarios. Además, volvés más cansado.
Lo cierto, es que nada de esto termina importando. Seguimos escuchando en los noticieros un número de cuatro o cinco cifras que describe la cantidad de personas que cedieron una vez más a ponerle el pecho a la situación y viajar.
¿Qué pasa? Pasa que uno subestima a la gente. Pasa que los que se quedan creen que los que se van son masoquistas y no es así. La gente viaja para cambiar la rutina, para mirar otro paisaje, para quejarse de otras cosas y tener la oportunidad de cambiar de canal por tres días. Bueno, menos de tres, pero quedémonos con la sensación colectiva de que son tres.
¿Entonces?
Entonces, la "escapadita", con todos sus defectos, tiene una función que cumple a la perfección. Viernes, sábado y domingo; sábado, domingo y feriado. Tres días, una oportunidad de desconectarse de los problemas diarios para conectarse con los de los fines de semana largo. Sigue valiendo la pena. Porque problemas va a haber siempre, lo importante es que cambien.


14.6.06

Gsm vs Murphy

Muy bien el tema está más claro que nunca.
Las deficiencias de la tecnología.

La cantidad de malentendidos que pueden llegar a generarse por confiar en la materia gris, probablemente superior, de una persona que dedica su vida a inventar avances que eleven al ser humano a un estado claramente más alto que un animal sin raciocinio.
Y, uno confía. En realidad, primero desconfía. Después prueba. Después confía. Y con el uso, a veces excesivo, comprueba que las cosas que inventa el ser humano terminan por quedar obsoletas a partir del instante en que empiezan a formar parte de tu cotidianeidad, rutina, costumbres. Para, finalmente, demostrar que nada culmina en ese último invento. ¿Por qué? Porque con el tiempo aparecen las fallas, los desperfectos, los famosos `se cayó el sistema`. Y entonces quedamos todos encerrados en nuestra propia jaula, paralizados. Sin máquina no puedo trabajar.

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Y ni hablar si quedaste en encontrarte con alguien a las 11 y, siendo menos cuarto, te das cuenta que no llegás, que tu tía se tropezó y hay que llevarla al hospital, que un amigo se peleó definitivamente con la mujer y tenés que mutar en oreja o que acaban de despedirte. Bueno, no todo es tragedia, también pudo haber pasado que te bajaste del bondi atrás de una mirada sugerentemente simpática o convencido de que se acaba de bajar tu destino y tenés que seguirlo. Claro, ahí, mandás un mensaje de texto con una excusa real o ficticia que justifica tu ausencia o demora y listo. Pero, resulta que el mensaje llegó tres horas más tarde o, mejor aún, nunca llegó. La persona que espera no tiene crédito para descargar sus insultos y vos acabás de gastarlo en ese último mensaje, lo cual no permite que recibas llamadas de públicos o locutorios. Empezamos. Que me dejaste plantado. Que te mandé un mensaje. Que nunca me llegó. Que te estuve llamando y me daba apagado. Que no tenía crédito. Y, quizás ahí, es donde la historia de amor con la tecnología empieza a tener fisuras o se rompe. Y cuando algo se rompe, mmmm, difícil que vuelva a su estado original.
Eso pasa. Lo siguiente es que te indignás con la prestadora del servicio, después con el que inventó el aparato, para terminar por darte cuenta que el error radica en haber dado por sentado que como las cosas siempre se dieron de una manera, por qué no confiar en que así seguirá siendo. Y si siempre funciona, obvio, la ley de Murphy (que sentencia que todo lo que puede pasar, pasa) desafía a las certezas deleitándolas con su presencia.
La sed de superación es inevitable. Pero tampoco dejemos nuestro destino librado al azar de promesas que tienen fecha de vencimiento. No confiemos del todo en algo que en realidad no existe. Porque, está clarísimo, la perfección no existe.

13.6.06

Lo que dure

En el laburo jugamos al prode con el mundial.
Y, para todos los hombres que dicen que las mujeres no pueden hablar de fútbol, contra todas las estadísticas yo soy una de las tres punteras con 13 puntos y habiendo puesto resultados meditados no al azar.
Sí, faltan partidos y las cosas pueden cambiar, pero las victorias hay que disfrutarlas mientras existen. Con Francia-Suiza puse empate y por ahora quedo sola en la punta con 14, pero hay que esperar que termine el partido y falta muy poco...

White Paper

Ganarle la batalla a la hoja en blanco es algo que pocos se animan a desafiar y muchos temen.
Lo cierto es que es muy fácil vencerla sin demasiadas exigencias.
El problema surge cuando queremos escribir y que sea genial, que esté bueno.
Pero, si me pongo frente a la hoja con un lápiz en la mano y escribo mi nombre o una puteada, la primer batalla está ganada.
Este planteo le hice a Mer y nos desafiamos mutuamente a escribir sobre cualquier cosa.
Ella dice que no sabe escribir, nunca escuché algo tan absurdo en mi vida... nunca. Con este mismo argumento le dije: "escribí sobre cualquier cosa, lo que sea. No tiene que ser lindo, tener palabras raras o calificativos que no usás cuando hablás. Escribí como hablás, como si se lo estuvieras contando a alguien. Empecemos con algo bien fácil para que descubras que sí podés escribir. Escribí sobre cómo fue que nos hicimos amigas. Yo voy a hacer lo mismo. Para el martes de la semana que viene intercambiamos mails con nuestros escritos. Ok?".
Su respuesta fue positiva. No la de escribirlo, sí la de intentarlo. Pero... como los amigos terminan juntándose por semejanza, ella no lo hizo y yo ("cuando nadie creía en ella..."), quebré la regla y lo escribí. Se llama "La Iniciativa".

Leer "La Iniciativa"


Un día mi mamá se cansó de las monjas y nos dio la noticia: “Las vamos a cambiar de colegio”.
La novedad no era sólo el cambio de institución sino a qué institución: a la misma que iba mi hermano mayor: Instituto San Alfonso. Colegio de varones solos por muchos años y transformado en mixto hacía sólo dos.
Arranqué con un curso de ingreso porque ya empezaba primer año. Ahí conocí a la chica por la que mi ex novio y nuevo compañerito, Juan Pablo, me había dejado. Claro que nuestros noviazgos eran muy inocentes. Me di cuenta que ya no tenía novio cuando dejó de buscarme en la puerta de mi (ahora) ex colegio, para acompañarme a la parada del colectivo ubicada a eternos 15 metros. El hecho de caminar de la mano ese trayecto ya nos hacía novios.

- Vos me querés cagar a piñas?

Esa fue la pregunta que me hizo la famosa Paz que me quitó a mi chico. Sacando cola, apoyando la cabeza sobre una de sus manos que a la vez reposaba en mi pupitre. Y yo, nueva, totalmente nueva, la miré extrañada y creo que lo único que contesté fue:

- No, nada que ver.

Diez chicas y veintiocho chicos era la proporción de mi cursada de “Primero A”.
El reloj de mi pubertad acababa de anunciar su largada. Transcurridos los meses, finalizó el ciclo lectivo y por fin llegaron las vacaciones. No recuerdo en este momento qué fue de esas vacaciones. Pero sí, que cuando empezó mi segundo año de secundaria las cosas empezaron a cambiar.

Ya no éramos los más chicos, ya no nos decían “Jardín de infantes queda para el otro lado”. Algún tipo de respeto habíamos ganado, aunque más no fuera, en tamaño, algo similar a un pin de MCDonalds.
La cantidad de chicas en el aula eran las mismas que el año anterior. Pero una semana más tarde entró una que todo primero B empezó a preguntar quién era. Resultó conocer mucho a Paz, mi mejor amiga (sí, pequeña paradoja).

Por cosas de la vida, modas, o simplemente reducción de presupuesto familiar, todas las chicas del Colegio Santa Etnhea o Ethnea se pasaban al San Alfonso, así que todas se conocían aunque sea de vista. La única que venía del Jesús María era yo, y la rivalidad implícita que existía entre estos dos colegios de monjas era a muerte. Las parejitas eran casi siempre Santa Ethnea – Santos Padres, y Jesús María – San Alfonso.
Cuestión, que esta chica nueva empezó de a poco a robarme tiempo con mi mejor amiga y, en vez de invitarme a mí, la invitaba a ella.
Con el tiempo, y un esfuerzo por limar asperezas, las tres terminamos bastante amigas pero la más pretendida era Paz. Paz a lo de Mer o Paz a lo de Sole. Sole a lo de Paz, o Mer a lo de Paz. Es cierto que yo corría con dos desventajas: vivía lejos de sus casas, y mi mamá no me dejaba salir tanto como las de ellas. Y como Paz tenía muchos hermanos, una iba a su casa a jugar mientras ella “cuidaba” a sus hermanitos.
Paz tenía (tiene, y acaba de casarse), mucha personalidad y yo realmente era la adolescencia en su máxima expresión: inseguridad, sufrimiento, padres separándose, trabajaba en la pizzería de mi tío armando cajas, mientras ellas salían a tomar un helado a “Antonio”, la heladería más frecuentada por los púberes que cotizaban en bolsa.

El tiempo fue pasando. Entre idas y venidas de Bella Vista a Buenos Aires, de Buenos Aires a Bella Vista, de Bella Vista a Lezama, terminé la secundaria. Volví a Buenos Aires y empecé enseguida a trabajar. Trastabillé bastante pero, finalmente, terminé en Unicenter en una casa de ski, deportes y camping, de cajera. Con 18 años y sin tener la más mínima idea de cómo se cobraba una tarjeta de crédito, pero allí estaba. Veía a mis amigos todos los fines de semana. De Martínez a Bella Vista en el bendito 203. Ya viviendo en Buenos Aires no veía a Paz con tanta frecuencia pero Mer, La SIM, la Gató, me comentó que quería empezar a trabajar y la presenté en mi laburo. “Bienvenida a Buenos Aires Sport”. Ella vendedora, yo cajera. Trabajamos juntas casi un año y de ahí nunca más nos separamos.

No sé cuan atractivo pueda ser leer la historia de cómo surgió una amistad. Tampoco sé bien cómo explicar la plena certeza que tengo con respecto a la presencia u omnipresencia de Mer en todas y cada una de las cosas que yo genere que sucedan en mi vida.

La única persona con la que me río de maldades, con ironía, con humor negro, con crueldad, en resumen, la única mujer con la que soy una persona antes que una mujer, un ser humano. La carcajada más honesta se la gana ella… La gató.