13.6.06

White Paper

Ganarle la batalla a la hoja en blanco es algo que pocos se animan a desafiar y muchos temen.
Lo cierto es que es muy fácil vencerla sin demasiadas exigencias.
El problema surge cuando queremos escribir y que sea genial, que esté bueno.
Pero, si me pongo frente a la hoja con un lápiz en la mano y escribo mi nombre o una puteada, la primer batalla está ganada.
Este planteo le hice a Mer y nos desafiamos mutuamente a escribir sobre cualquier cosa.
Ella dice que no sabe escribir, nunca escuché algo tan absurdo en mi vida... nunca. Con este mismo argumento le dije: "escribí sobre cualquier cosa, lo que sea. No tiene que ser lindo, tener palabras raras o calificativos que no usás cuando hablás. Escribí como hablás, como si se lo estuvieras contando a alguien. Empecemos con algo bien fácil para que descubras que sí podés escribir. Escribí sobre cómo fue que nos hicimos amigas. Yo voy a hacer lo mismo. Para el martes de la semana que viene intercambiamos mails con nuestros escritos. Ok?".
Su respuesta fue positiva. No la de escribirlo, sí la de intentarlo. Pero... como los amigos terminan juntándose por semejanza, ella no lo hizo y yo ("cuando nadie creía en ella..."), quebré la regla y lo escribí. Se llama "La Iniciativa".

Leer "La Iniciativa"


Un día mi mamá se cansó de las monjas y nos dio la noticia: “Las vamos a cambiar de colegio”.
La novedad no era sólo el cambio de institución sino a qué institución: a la misma que iba mi hermano mayor: Instituto San Alfonso. Colegio de varones solos por muchos años y transformado en mixto hacía sólo dos.
Arranqué con un curso de ingreso porque ya empezaba primer año. Ahí conocí a la chica por la que mi ex novio y nuevo compañerito, Juan Pablo, me había dejado. Claro que nuestros noviazgos eran muy inocentes. Me di cuenta que ya no tenía novio cuando dejó de buscarme en la puerta de mi (ahora) ex colegio, para acompañarme a la parada del colectivo ubicada a eternos 15 metros. El hecho de caminar de la mano ese trayecto ya nos hacía novios.

- Vos me querés cagar a piñas?

Esa fue la pregunta que me hizo la famosa Paz que me quitó a mi chico. Sacando cola, apoyando la cabeza sobre una de sus manos que a la vez reposaba en mi pupitre. Y yo, nueva, totalmente nueva, la miré extrañada y creo que lo único que contesté fue:

- No, nada que ver.

Diez chicas y veintiocho chicos era la proporción de mi cursada de “Primero A”.
El reloj de mi pubertad acababa de anunciar su largada. Transcurridos los meses, finalizó el ciclo lectivo y por fin llegaron las vacaciones. No recuerdo en este momento qué fue de esas vacaciones. Pero sí, que cuando empezó mi segundo año de secundaria las cosas empezaron a cambiar.

Ya no éramos los más chicos, ya no nos decían “Jardín de infantes queda para el otro lado”. Algún tipo de respeto habíamos ganado, aunque más no fuera, en tamaño, algo similar a un pin de MCDonalds.
La cantidad de chicas en el aula eran las mismas que el año anterior. Pero una semana más tarde entró una que todo primero B empezó a preguntar quién era. Resultó conocer mucho a Paz, mi mejor amiga (sí, pequeña paradoja).

Por cosas de la vida, modas, o simplemente reducción de presupuesto familiar, todas las chicas del Colegio Santa Etnhea o Ethnea se pasaban al San Alfonso, así que todas se conocían aunque sea de vista. La única que venía del Jesús María era yo, y la rivalidad implícita que existía entre estos dos colegios de monjas era a muerte. Las parejitas eran casi siempre Santa Ethnea – Santos Padres, y Jesús María – San Alfonso.
Cuestión, que esta chica nueva empezó de a poco a robarme tiempo con mi mejor amiga y, en vez de invitarme a mí, la invitaba a ella.
Con el tiempo, y un esfuerzo por limar asperezas, las tres terminamos bastante amigas pero la más pretendida era Paz. Paz a lo de Mer o Paz a lo de Sole. Sole a lo de Paz, o Mer a lo de Paz. Es cierto que yo corría con dos desventajas: vivía lejos de sus casas, y mi mamá no me dejaba salir tanto como las de ellas. Y como Paz tenía muchos hermanos, una iba a su casa a jugar mientras ella “cuidaba” a sus hermanitos.
Paz tenía (tiene, y acaba de casarse), mucha personalidad y yo realmente era la adolescencia en su máxima expresión: inseguridad, sufrimiento, padres separándose, trabajaba en la pizzería de mi tío armando cajas, mientras ellas salían a tomar un helado a “Antonio”, la heladería más frecuentada por los púberes que cotizaban en bolsa.

El tiempo fue pasando. Entre idas y venidas de Bella Vista a Buenos Aires, de Buenos Aires a Bella Vista, de Bella Vista a Lezama, terminé la secundaria. Volví a Buenos Aires y empecé enseguida a trabajar. Trastabillé bastante pero, finalmente, terminé en Unicenter en una casa de ski, deportes y camping, de cajera. Con 18 años y sin tener la más mínima idea de cómo se cobraba una tarjeta de crédito, pero allí estaba. Veía a mis amigos todos los fines de semana. De Martínez a Bella Vista en el bendito 203. Ya viviendo en Buenos Aires no veía a Paz con tanta frecuencia pero Mer, La SIM, la Gató, me comentó que quería empezar a trabajar y la presenté en mi laburo. “Bienvenida a Buenos Aires Sport”. Ella vendedora, yo cajera. Trabajamos juntas casi un año y de ahí nunca más nos separamos.

No sé cuan atractivo pueda ser leer la historia de cómo surgió una amistad. Tampoco sé bien cómo explicar la plena certeza que tengo con respecto a la presencia u omnipresencia de Mer en todas y cada una de las cosas que yo genere que sucedan en mi vida.

La única persona con la que me río de maldades, con ironía, con humor negro, con crueldad, en resumen, la única mujer con la que soy una persona antes que una mujer, un ser humano. La carcajada más honesta se la gana ella… La gató.


No hay comentarios.: