12.3.07

Gastar: un arte para pocos

Tener el hábito de salir de compras deviene en un arte. Eso no debería estar en discusión. Incluso, con la práctica, uno le toma la mano a todo, sí, a los precios también.
Creo una de las primeras cosas que aprendí cuando ingresé al sistema del consumismo fue que conviene comprar bikinis y trajes de baño cuando empieza el invierno y tapados, camperas y demás abrigos cuando empieza el verano. Simple, aprovecho las liquidaciones, ya es un saber popular.
Ahora, qué pasa con esas cosas que uno desea, desea, ahorra, desea, ahorra, ahorra, gasta, recupera, pero todavía no ha llegado a comprar.
Hay poca gente que concoce ese sentimiento. El deseo de desear. El arte de la paciencia. El gusto de la espera.
Esa tv plasma de ochocientascincuentamil pulgadas que me muestra los hilos de oro de Elizabeth Taylor y los puntos negros en la cara de Brad Pitt, fue amor a primera vista. Desde ese momento no existe un sólo día en que no la visite. Paso religiosamente por el local y la miro, la miro. A la semana ya había confianza y pude tocarle los botones de brillo y contraste, una experiencia de otro planeta.
Vernos era una rutina necesaria. Ella debía saber que mi interés por ella era sincero, que de verdad estaba ahorrando, que era cierto lo del aumento de sueldo, pero que tengo que esperar unos meses más. "En noviembre, te juro que en noviembre". Me creyó así que tomé más confianza y toqué el botón de encendido y pagado, wow, qué momento! Mi futura tele me creía y el vínculo era tan grande que cuando otros la iban a ver y preguntaban demasiado por ella se mostraba poco apetitosa, movía defectuosamente la imagen, a veces se apagaba y otras subía ella misma el volumen para que el posible comprador no escuche al vendedor hablando de ella y sus convenientes características. Excelente, ni siquiera era de mi propiedad y ya era fiel, casi incondicional. Y eso me motivó mucho más, así que empecé a trabajar más, a hacer horas extras y eso hizo que no pasara tan seguido a verla y que empiecen las explicaciones, las excusas, los malos entendidos y los "a qué hora venís", "te parecen horas de llegar", "qué soy yo para vos", "qué somos", "qué lugar ocupo en tu vida", uf, fueron tiempos difíciles. Pero lo cierto es que no eran más que manifestaciones del deseo mutuo de pertenecernos, aunque, siendo sincera, un día lo descubrí: estaba siendo dominada y esclavizada por un televisor que todavía ni siquiera era mío!! Y eso, eso me hizo hacer el click y después de mucho pensarlo tome cartas en el asunto.
Fui a trabajar como siempre y en mi hora de almuerzo llamé a esa la tal "Ximena", le dije que sí, que aceptaba su oferta, firmé y al día siguiente compré la tele con mi nueva tarjeta de crédito.
"Y ahora? Y ahora qué me vas a decir? Ya te compré, te demostré que todo lo que te decía era cierto"; "Sí, pero con tarjeta de crédito. No es lo mismo", me contesta. Tremendo, había accionado, había hecho realidad mis promesas y todavía desconforme?! Pero! Sabés qué? Existe una gran diferencia, ahora, el control... lo tengo yo.

Y, es así, tarde o temprano la tortilla se da vuelta y lo que se hace desear se vuelve tuyo pero si no lo cuidás, se venga, y se rompe.
Comprar es un arte que no termina con la compra, termina cuando las cosas que compramos nos devuelven cosas, hasta que dejan de devolver, se rompen y queremos otra cosa.

7.3.07

Decadencia Welcome Home!

Siempre pensé que cuando llegara a mi vida uno de esos momentos que suelo calificar como "decadentes" no me iba a dar cuenta en el preciso instante en que me estuviera sucediendo sino mucho después, cuando mirara hacia atrás, con el tiempo. Como cuando me doblaba la botamanga del pantalón de gimnasia del colegio porque creía que me quedaba "re canchero" o cuando me pinté las uñas de negro creyendo que era "re freak", o sea, ayer.
Pero, como en tantas otras millones de cosas, me equivoqué.

Vivo en un lugar donde todos los vecinos me dicen hola, no sé si por simple cordialidad o porque conocen toda mi vida y yo las suyas.
La diferencia entre ellos y yo es que a mí nunca me interesó ni sus vidas ni saludarlos. Y cada vez que voy a pagar las expensas a la administración me hablan de mi vida: "qué lindo que es tu novio" "qué flaca está tu mamá", "cómo creció tu sobrina!", "menos mal que te dio negativo el evatest!". Tremendo, nada que deteste más que esa comunidad de gente chusmeando constantemente sobre la vida del resto.

Y aquí es donde me descubro decadente y atravesando, en este preciso instante, por el momento más superficial, mundano y vergonzoso de mi vida. Sólo espero que no sea el único y que haya algo con un poco menos de sentido, nada más que para no quedar tildada de "decadente" por esto sino por algo superior en materia de banalidades.
Me miré al espejo y ella me dijo: "Soledad, acabas de gritar de alegría como si estuvieras vivenciando en la propia tribuna, en Inglaterra, el gol de Maradona a los malditos ingleses que nos robaron las Malvinas, y todo porque la nominaron a Nadia. Asumelo, eres adicta a Gran Hermano. Esto es un juego. Y podrás pasar al próximo nivel cuando mandes un sms al 9009."