9.11.20

Las Veces

 Abro los ojos y huelo a cierta vaga rutina. Me levanto, pongo agua a calentar, me tomo la pastilla de la tiroides, fondo blanco de un vaso de agua enorme, algo que me olvido a lo largo del día así que me aseguro al menos ese vaso y me voy a lavar los dientes.

Mentira, antes de todo eso, le hago un cacheo rápido al celular, un hábito que me gustaría dejar, igual que el cigarrillo. 

Pienso en un cigarrillo y me respondo que es muy temprano para fumar, Soledaddddd. Aunque seguramente deje pasar media hora y me lo fume igual. Al menos en las circunstancias que la vida me presenta hoy. Pero voy a volver a dejar, lo sé. Certezas. No hay voluntad pero hay certezas. Qué locura. Qué falta de respeto a la certeza, ¿no? Pero ¿qué es una certeza? ¿Algo que creo que sé? ¿Algo que sé? ¿O algo que el día se encargará de desafiar?

Cuando chequeo el celular me llama la atención un mensaje. Un mensaje de recontra mierda. No literal pero el eco que hace adentro mío es de mierda. Listo, adiós certeza. ¿Te das cuenta? La fragilidad de la paz. ¿La sentís?

La fragilidad de la paz es un concepto que le escuché a Hernán Casciari y que también me hizo eco adentro. Eco literal. La frase quedó resonando en un cuarto gris, sin ventanas, al que mi mente va bastante seguido, solo que ahora encuentro más fácil la puerta de salida; pero como se mueve siempre, la tengo que buscar cada vez que voy. Es imposible salir de memoria. Es un cuarto incómodo. Que a veces está vacío (o eso creo yo), y a veces recontra lleno de cosas que no puedo enumerar porque no logro distinguirles la forma, ni siquiera el origen. Decía, es un cuarto incómodo. La incomodidad no me perturba tanto como la pérdida de la paz. Pero no la pérdida en sí, porque el estado de irritación por esa pérdida me puede durar diez minutos, tres, un día, pero lo que realmente sufro es EL INSTANTE EN QUE ESO SUCEDE, luego todo me resulta conocido. No es la primera vez que me toca improvisar sobre lo inesperado. Pero ese instante. El preciso momento en que el jarrón llamado paz hace contacto con el piso y el impacto dibuja líneas en él, ese instante es el peor de todos. Eso es lo que más me afecta. Me duele la panza de solo pensarlo, mientras lo escribo.

Y ya sé lo que tengo que hacer. Lo sé todo. Ya me pasó. Pero a veces no tengo ganas; a veces me entrego a la mediocridad del "no puedo".

Las certezas las necesitamos para construir. Pero a veces también creo que la mayor certeza es que las certezas, en realidad, son fantasías para seguir viviendo y mi deber es lograr que eso no me perturbe tanto, me desestabilice lo menos posible porque al caer el sol, este día ES mi vida. Es, Tiempo presente.

A veces lo logro. 

A veces no. 

A veces la vida.






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